Falastin es un vocablo palestino, que designa no sólo el gentilicio usado por los propios palestinos para referirse a sí mismos, dado que en el alfabeto árabe, no existe la palabra p, sino que también significa algo cultural que incluye geografía, historia, lengua, territorio, identidad... Así se explica en la introducción del libro del chef palestino Sami Tamimi, que tiene justo este título de Falastin. De este libro se extrae la receta que nos ocupa. Dice dicha introducción que si preguntáramos a cualquier palestino qué entiende por la palabra falastin, su respuesta no sería breve ni sencilla, pero que seguramente concluiría con la palabra “hogar” Impregnada de este concepto, de esta hermosa palabra que es “hogar”, me dispuse esta mañana a cocinar este plato que no sólo evoca maravillosas sensaciones en el paladar, con esos matices cítricos tan propio de las cocinas de Oriente, sino que también transporta en su forma de cocinarlo, a un tiempo sin prisas, sin apuros, sin sobresal...
Hace mucho que no vengo por el blog, que no publico recetas ni pensamientos y no es que lo tenga abandonado, es que tengo un nudo en la garganta y en el corazón que me tiene enmudecida. La rabia me invade y soy incapaz de publicar una receta de cocina así, como si tal cosa, como si no estuviera ardiendo el mundo a mi alrededor, sin decir o gritar mi espanto. Siempre hago valer que este espacio es de cocina y algo más, pues bien, hoy no hay receta de cocina, estoy enfadada, hoy solo habrá el algo más, porque no puedo callar sin sentir que me estoy traicionando, a mi, y a ellos. No diré nada más, si no denuncio el genocidio asesino que se está perpetrando en Gaza, el exterminio del pueblo palestino. No, no puedo callarlo. Y bien que siento que mi voz no alcance tan lejos como lo hacía en otro tiempo, cuando los blogs estábamos en auge y teníamos cientos de visitas diarias. Hoy somos unos pocos los que quedamos, rincones nostálgicos que apenas leen ya cuatro fieles. Pero sean cuatro...