Hace mucho que no vengo por el blog, que no publico recetas ni pensamientos y no es que lo tenga abandonado, es que tengo un nudo en la garganta y en el corazón que me tiene enmudecida. La rabia me invade y soy incapaz de publicar una receta de cocina así, como si tal cosa, como si no estuviera ardiendo el mundo a mi alrededor, sin decir o gritar mi espanto. Siempre hago valer que este espacio es de cocina y algo más, pues bien, hoy no hay receta de cocina, estoy enfadada, hoy solo habrá el algo más, porque no puedo callar sin sentir que me estoy traicionando, a mi, y a ellos. No diré nada más, si no denuncio el genocidio asesino que se está perpetrando en Gaza, el exterminio del pueblo palestino. No, no puedo callarlo. Y bien que siento que mi voz no alcance tan lejos como lo hacía en otro tiempo, cuando los blogs estábamos en auge y teníamos cientos de visitas diarias. Hoy somos unos pocos los que quedamos, rincones nostálgicos que apenas leen ya cuatro fieles. Pero sean cuatro...
Si hay algo que me ha quedado claro en estos 16 años al frente de nuestra escuela de cocina, es que los mejores platos siempre han resultado ser los que reunían estas cualidades: ser sencillos, rápidos y originales. Por supuesto no nos olvidemos de que resulten ser exquisitos, primera regla de la cocina. Y bien, la receta que hoy os traigo tiene estas cualidades y muchas más: es un guiso bonito, es saludable, está que te mueres, vale lo mismo para invierno que para verano, es un plato maravilloso y si creéis que exagero, os invito a que lo hagáis y lo comprobéis. También es verdad que hacerlo en la cataplana tiene todo su encanto y sin duda, un efecto que contribuye a lo extraordinario del guiso. La cataplana es este utensilio típico de la cocina portuguesa, con forma de concha cerrada, en donde se guisan unos platos espectaculares. El principio de la cocción en este recipiente, es el mismo que el de los tajines africanos, es decir, una tapa en forma de cúpula que condensa...